Debe haber miles de textos alrededor del mundo. ¿¡Que digo miles!?,
¡millones de textos alrededor del mundo, cientos de miles de millones!, y
si no solo contamos los pasajes con valor literario y dejamos ingresar
también a los aburridos catálogos, textos académicos, volantes, jingles,
slogans y cualquier otra expresión literaria, en cualquiera de los
idiomas vivos y, por que no también, extintos de la humanidad; la cifra
ascendería a casi infinitos escritos. Y no digo esto como una mera
banalidad, realmente creo que la elaboración universal de textos puede
llegar a vencer la rapidez del tiempo, creando así un atroz bucle de
infinidad. Pero no pensemos en eso, porque ese rizo en el
tiempo-espacio, representaría una inquietante paradoja, y como todos
sabemos, las paradojas destruyen universos.
A lo que realmente quiero referir con todo esto es que, dentro de la
infinidad de cuentos, relatos, narraciones y reflexiones que rondan la
esfera, no hay ni un solo texto que se acerque a la perfección, ni mucho
menos. Me arriesgo a decir que ni siquiera incluso nuestros mas grandes
literatos se han acercado a ella, alcanzando con las mas grandes obras
de la literatura universal, un quizás.. treinta o cuarenta por ciento de
perfección como mucho. Los monjes tibetanos, que estudian
milenariamente la filosofía búdica y aspiran llegar al nirvana, aseguran
que ni el Sutra del loto, ni el del diamante, cometen errores. Yo, con
cautela, me atrevo a retrucarles que sus grandiosos textos, pueden
jactarse orgullosos de poseer un, tal vez, ochenta y cinco o noventa por
ciento de perfección, lo cual no es poca cosa ni mucho menos, pero
todavía guarda una gran distancia con la auténtica perfección literaria
propiamente dicha.
Existe un grupo de hombres (con cierto secretismo similar al de los
illuminati o los masones), que generación tras generación, se han
dedicado a la búsqueda intensiva de ese texto, y que han hecho de ello,
una religión.
Esta secta no posee nombre porque los hombres que la conforman, lo
consideran banal para el objetivo que están buscando, pero el nombre mas
antiguo con el que se los ha denominado por personas externas a ella es
“Per facttum quaesitor”, que en latín significa algo así como “el que
busca la perfección”.
Poseen entre sus cánones, ciertas normas o creencias que guían su búsqueda:
1. el texto debe ser único y perfecto. 2. Puesto que Dios es lo único
perfecto en el universo, el texto debe ser una viva representación suya.
3. El texto debe estar redactado en sánscrito, puesto que ese es el
idioma de los Dioses. 4. El texto debe poseer todas las verdades, y
ninguna de las verdades al mismo tiempo, ya que el texto es Dios, y Dios
lo es todo.
Se cuenta que la secta alaba y sigue esas normas febrilmente como guía
para su búsqueda, pero al mismo tiempo las aborrece por no ser ellas el
texto y querer imponerse a sus irrefutables y eternas verdades.
Un amigo de mi infancia con el que recientemente me encontré, me
confesó (tras unas copas) que la secta sigue en actividad y que el forma
parte. Puesto a que ninguna regla censura la distribución de sus
secretos, (salvo su propio juicio), me contó que había en la historia
del mundo, dos privilegiados (su palabra exacta fue “iluminados”) que
habían tenido acceso a las verdades del texto, y con los que
lamentablemente no se habían puesto en contacto a tiempo.
La primera persona que llegó a conocer el texto, fue un poeta chino del
siglo IX, llamado Zhao Qiang. Llegó a el a través de profunda reflexión,
y dicen que sus verdades lo cambiaron. Hasta el día en que el texto le
fue revelado, Qiang había tenido una naturaleza amable y sociable. El
texto lo corrompió. Dicen que nunca lo transcribió ni editó por miedo a
que su idea fuera robada. Lo mantuvo el resto de sus días en su cabeza.
Zhao pasaba la mayor parte de las horas tratando de recordar la
localización exacta de cada carácter. Muchas veces temió confundirse o
cambiar términos, y estar en posesión de un texto casi perfecto, pero no
como el que se le había revelado años atrás. Zhao Qiang dejó de comer,
dejó de salir y de dormir, para que ninguna distracción borre de su
mente el texto supremo que algunos años mas tarde, se llevaría a la
tumba; luego de una vida de encierro. Qiang solo había reflexionado en
las verdades del texto por espacio de cinco minutos, todo después de
eso, fue un recuerdo plagado de miedos, paranoia y tristeza.
La segunda aparición del texto entre los humanos es contemporánea,
ocurrió quizás hace unos cinco años. Un joven estudiante inglés de
filosofía y letras, se supo pensando en el texto por un caprichoso
arbitrio del destino. Su nombre era Henry Miller. Henry transcribió el
texto basándose en sus precarios conocimientos del sánscrito y varios
libros que sacó de la biblioteca. La perfecta imagen que tenía grabada
en su cabeza, se desvaneció apenas Miller puso el punto final en la
transcripción. Era perfecta.
Henry presentó el texto a sus profesores, y estos con fingida humildad
aparentaron leerlo, y lo recomendaron para el boletín universitario. Se
imprimieron doscientas copias de este; el texto ocupaba dos carillas,
la trece y la catorce. Ni uno de esos boletines se conserva hoy en día.
El texto perfecto, fue leído por aproximadamente veintidós personas, de
las cuales diez no lo entendieron, siete lo dejaron por la mitad y cinco
lo leyeron completo y estuvieron completamente en desacuerdo con sus
postulados. Henry Miller jamás volvió a pensar en ese texto.