sábado, 18 de junio de 2011

Excusa que justifica mi falta de actividad en el blog.



 La verdad: Estoy en un extraño periodo de transición y desorientación...me cuesta ordenar mis ideas y por eso me resulta tan difícil escribir cosas buenas o cuerdas...


La excusa (metafóricamente correcta): un mapache salvaje entró a mi habitación y desordeno todos mis papeles, meó mi PC y se escapó, no sin antes zapatearme la cara, escupirme y reírse de mí.


***


Para que esto no sea tan vacío voy a improvisar un cuentito que tengo en mente.



El complot de las hormigas



…La siguiente historia ocurrió hace algunos años. En esa época nosotros vivíamos en una casa hermosa, de dos pisos y con un patio grande. Al principio las hormigas aparecían de vez en cuando en el patio para comerse a algún bicho muerto, o insecto que pasase por ahí, ellas no se metían en nuestros asuntos asi que nosotros no nos metíamos con ellas. Con el tiempo, la cantidad de hormigas aumentó. Veíamos cada tanto a alguna merodeando por el piso de la casa, comiéndose las migas que se nos caían o las manchas pegoteadas de gaseosa derramada.


 La cosa se nos empezó a ir de las manos cuando las hormigas se empezaron a propasar… iban de a grupos de a dos y mordisqueaban los chicles pegados en nuestras suelas y si podían, nuestros pies. También se subían a la mesa a aprovechar los restos de café que quedaban en el fondo de las tazas, y en la cena teníamos que estas empujándolas de la mesa para que no avanzaran sobre nuestros platos. Me acuerdo que mi padre hacía un aro de fuego en el piso alrededor de la mesa para que ellas no pasaran.


 Fumigar no era una opción debido a mis dos gatos, que estaban quedando desnutridos porque las hormigas se comían su alimento, aunque a veces sospecho que el insecticida no las habría frenado.
Lentamente las hormigas se fueron adueñando de la casa, teníamos que comprar el doble de comida de lo necesario, ya que ellas irrumpían en nuestra heladera sin remordimientos, también terminamos durmiendo todos en una habítación y hacíamos guardias de media hora para que los insectos no nos mordisquearan mientras dormíamos...


Cuando ya fue insoportable fue que tuvimos que mudarnos… para ese tiempo, las hormigas caminaban libremente por el techo y las paredes y teníamos que salir a comer afuera todos los días porque ellas se abalanzaban sobre nuestros platos de comida incluso antes de que terminásemos de comer..


Asi fue que terminamos mudándonos. Ahora ya no es una casa grande, sino un departamento chico, sin patio… el barrio, asi como su gente son extraños y dudosos, y queda lejos del trabajo de mis padres.
 No hay hormigas acá, cada tanto una o dos cucarachas a las que no les prestamos atención,… pero cada vez que vamos a comer, miro por encima de mi hombro para ver si no hay alguna hormiguita expectante, esperando para que me sirva gaseosa y poder saltar al ataque.


Juan Sabena.


jueves, 2 de junio de 2011

Ollas en el alba.

Fría y metálica, la olla apoyada sobre el lavadero me observa... cual sangre brotando de una herida, el tuco reposa en su concavidad, casi como una costra, el recuerdo de una vieja herida...

Al tiempo me pregunto si significa algo la vida, las peripecias del destino... algo tan insignificante como lavar la olla puede desencadenar cosas tan atroces como la guerra o tan simples como un copo de nieve...

Agarro la virulana metálica, un trabajo difícil va a significar borrar los restos de un pasado tan agitado... los fantasmas de la salsa bolognesa y fetuccini espantan hasta a la mas pequeña sartén y al mas elegante wok...

Con énfasis me hundo en la tarea... ¿triunfaré?, quien sabe.. debo pelear por mi destino, por la posibilidad de volver a cocinar con ese utensilio... ya nadie me respalda, el tuco en las paredes frías es mi némesis, algo tan subjetivo como el odio... o el amor...

Juan Sabena.